Crítica de ‘Candyman’, de Nia DaCosta.

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Avalada bajo el sello del ganador del Oscar Jordan Peele, uno de los cineastas de terror más aclamados de la actualidad, llega a las salas la revisión de Candyman. Siendo el remake de un slasher de los noventa, que ya consiguió una trilogía, además de mantener cierto respeto para los fans del terror, al ser uno de los pocos referentes del psycho killer afromericano que existen. Basada en el relato The Forbidden de Clive Barker (creador también de la cinta Hellraiser (1982)), la historia gira en torno a la idea de perpetuar las leyendas urbanas, bajo la figura de un “dulce” asesino. Peele produce y coescribe la cinta, aunque la dirección es de Nia DaCosta quien busca dar una nueva lectura a la obra, para hablar de nuestra tendencia para procesar los traumas mediante relatos. Guiándonos por historias marcadas por la tragedia, en la búsqueda de nuevos retazos que dibujen el comportamiento social. Poniendo un importante foco sobre los efectos de la violencia racial. 

Desde tiempos inmemoriales, los proyectos residenciales del barrio de Cabrini Green en Chicago se han visto amenazados por la historia de un supuesto asesino en serie con un gancho por mano al que se invoca fácilmente repitiendo su nombre cinco veces frente a un espejo. Hoy, una década después de que la última torre de Cabrini fuese derruida, el artista visual Anthony McCoy y su novia Brianna Cartwright, se mudan a un apartamento de lujo de un barrio ahora irreconocible, repleto de millennials y de personas que, por lo general, desconocen su oscuro pasado. Con la carrera artística de Anthony en plena crisis creativa, un encuentro fortuito con un vecino del barrio le conduce a explorar la trágica historia real que dio origen a Candyman. Ansioso por conservar su estatus en las élites artísticas de Chicago, Anthony comienza a investigar los macabros entresijos de los mitos que rodean a Candyman como inspiración para su obra. De esta manera, y sin ser consciente de ello, Anthony comienza a abrir la puerta de un mundo que amenazará su propia cordura y desatará una aterradora ola de violencia.

Candyman: Yahya Abdul-Mateen II

No soy consciente del peso que le daban las películas anteriores, pero se debe destacar la importancia como fundamento principal, del mensaje de la opresión, adquirido sobre esta nueva versión. Impactando directamente con una crítica hacía el trato marginal que durante años sufre la sociedad afroamericana, una realidad reflejada aún en nuestros días. Muestra de ello son movimientos como el reciente Black Lives Matters, películas como Antebellum (2020), o el cine del propio Peele, quien no extraña ver tras el proyecto cuando han intentado homenajear el símbolo que hay alrededor de este villano clásico. De esta forma se actualiza el concepto veinte años después, integrando en una nueva generación esa idea de transición cíclica, que rodea a un relato de personajes marcados por un personaje inmortal, víctima de la maldición. El choque viene cuando se da más peso al discurso político, que a la construcción del horror. Aunque esté categorizada como una cinta de terror, no parece acabar de querer casarse con ningún estilo.  

En patrones generales, presenta un ingenioso juego de espejos que abren la reflexión con diferentes pinceladas a temas preocupantes, como la gentrificación, el propio racismo o el proceso obsesivo de un creador y su obra. Prefiriendo dar un mayor peso a la reivindicación, concienciando a través leyendas de terror y una decena de víctimas que se rinden al gancho vengativo. Se echa en falta un poco de mala baba o violencia más gráfica, pero no está ahí el fuerte de la cinta (no le interesa recrearse). Las muertes por lo general son sutiles, aportando diferentes escenarios logrados, potenciando la creación de pequeñas imágenes desagradables, en lugar de esas esperadas muertes que generan un impacto y tanto ansía el público. Por suerte evita los recurrentes jump scares, siendo más una película de creación de atmósfera, en las que parece que no ocurre nada mientras se va elevando una inquietante emoción sobre el espectador, a través de la correlación de diferentes elementos.  

Candyman

A la cabeza del proyecto nos encontramos a Yahya Abdul-Mateen II (Aquaman, Watchmen de HBO), un actor que rápidamente se está haciendo un hueco en las grandes superproducciones americanas. Aunque quizás es la primera vez que lleva el protagonismo, defiende con bastante solvencia un personaje embriagado por la obsesión hacia la terrorífica leyenda, en el que encuentra la inspiración como artista. Precisamente esa tendencia a dar peso al mundo del arte, abre una perspectiva estilística y argumental, que sin llegar a caer en lo pretencioso, aporta un recorrido visual interesante. Como ocurre con sus títulos de créditos iniciales, con edificios bocabajo que evocan a enjambres, o con el delicioso efecto de sus marionetas recortables, vislumbrando relatos macabros entre las sombras. Además del acierto que tienen al rescatar el tema musical de corte infantil, The Candy Man de Sammy Davis Jr., sonando de forma recurrente con un deje más sombrío.  Mencionar también el buen hacer de Teyonah Parris (recientemente vista en WandaVision), está muy bien el rol de coprotagonista, dibujando a una intérprete a la que debemos seguirle la pista. 

Esta nueva versión consigue respetar el legado de la obra original, acercando el material a una perspectiva más actualizada. Su fuerte implicación política, le juega una mala pasada frente a un público más generalista que probablemente rechace la propuesta, pero personalmente siento que plantan una buena simiente para que la leyenda siga viva. Aunque maneja un tono bastante serio, el filme guarda unos acertados pequeños atisbos de humor negro e incómodo, muy cercano al universo de Peele. A diferencia de los constantes revivals o demás productos que se atañen a la nostalgia, esta cinta mira al pasado tratando con respeto al material previo, e incluso creando pequeños guiños para revalorizar su paso por la historia cinematográfica. No acaba de ser una gran revelación, pero la visión creativa que aporta, consigue que valores el buen hacer del largometraje. En la senda ya se puede vislumbrar el futuro de DaCosta, quién esta dirigiendo la secuela de Capitana Marvel (2019), volviendo a repetir en el set con Teyonah Parris. Un proyecto bien diferente, pero que dibuja el futuro de una cineasta que despierta cierto interés. 

NOTA: ★★★

Juan Carlos Aldarias.

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